Nuestro barco estaba atracado en Luxor, sobre las aguas del río Nilo. El sol empezaba a calentar, a pesar de que la mañana no había hecho más que comenzar. Ese día teníamos previsto visitar los templos del Valle de los Reyes, donde se encuentran las tumbas de la mayoría de faraones del Imperio Nuevo. Así que, tras poner en práctica mis dotes de regateo con un taxista, nos pusimos rumbo al oeste de Luxor, a la orilla occidental del Nilo.
Unos minutos después de salir, pedimos al taxista que nos parara un momento para ver los famosos Colosos de Memnón. A primera vista, no sorprenden tanto como algunas de las impresionantes construcciones que habíamos visto previamente, pero cuando me coloqué frente a ellos e intenté imaginar lo que allí había hacía más de 3000 años, la presencia de los colosos comenzó a hacerse más grande.
Colosos de Memnón |
Frente a mí, tenía dos gigantescas estatuas de piedra (cuarcita) cuya misión original era la de presidir la primera entrada de los tres pilonos levantados del que fue, en su día, el mayor templo funerario del área tebana: el templo de Amenhotep III (o Amenofis III, como era llamado por los griegos), de unos 700 metros de largo, compuesto de tres patios, una sala hipóstila, un peristilo y un santuario. Hoy en día, de este colosal templo, que era más grande incluso que el Templo de Karnak, no queda apenas nada. La razón, un intenso terremoto que lo arrasó en el año 27 d. C., que destruyó las grandes figuras del templo, rompiéndolas en cientos de pedazos y dejándolas sumergidas en una mezcla de agua y barro. Pero en este cataclismo hubo dos supervivientes: los Colosos de Memnón, que representan al faraón Amenhotep III.
Sobrevivieron al seísmo y desde entonces uno de ellos, el del lado derecho, "comenzó a llorar" cada amanecer, según los lugareños de aquellos tiempos. Este pequeño detalle hizo que se generara una leyenda en torno a la estatua. Decían que este coloso parlante era Memnón, mítico guerrero hijo de la Aurora, abatido por Aquiles, que cada mañana saludaba a su madre al alba, cuando la veía aparecer por el horizonte. Pero el Coloso Memnón dejó de emitir estos llantos con motivo de la restauración que fue ordenada en el siglo III por Septimio Severo.
La explicación racional de sus gemidos era una grieta que se abrió en la estatua desde la parte alta de la espalda hasta la cintura. Una grieta que, al ser calentada por los primeros rayos de sol al amanecer, provocaba el "saludo" o el llanto a su madre todos los días.
Finalmente, después de contemplar a estos dos gigantes solitarios, enfilamos de nuevo hacia el taxi que nos llevaría al Valle de los Reyes.
Bajo relieve de uno de los Colosos de Memnón |
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