Hoy escribiré sobre algo que pondrá nerviosa a mi madre. Así que, mamá, tranquila, que no es más que una anécdota egipcia de la que salí sano y salvo.
Nos dirigíamos a El Cairo desde la zona de las Pirámides. Estaba atardeciendo. Íbamos en una especie de furgoneta por una autovía de 4 carriles (que a veces podían ser 5 o 6 o 7, teniendo en cuenta los coches que decidían ir entre carriles o por los arcenes de ambos lados de la carretera). El tráfico en El Cairo en particular y en Egipto en general no es algo que podamos calificar como "organizado", más bien todo lo contrario: caótico (y quizá me quedaría corto). Pero bueno, del tráfico ya hablamos en el post sobre los consejos para viajar a Egipto.
Íbamos algo tensos por la velocidad de la furgoneta, por los cambios bruscos de carriles, los frenazos, las pitorradas entre los coches... No obstante, era ya nuestro sexto día en Egipto, así que estos pequeños "detalles" nos parecían de lo más normal. Pero, de pronto, pasó algo que no nos había ocurrido nunca.
De repente, de la nada surgió un ruido estridente como el que harían las ruedas del carrito del supermercado Mercadona si lo lleváramos por una antigua calle de adoquines a 150 km/h. A partir de ese momento los acontecimientos se sucedieron rápidamente. Mi compañero de viaje soltó un "¡hemos perdido una rueda!", miramos hacia atrás y la rueda rodaba y botaba por la autovía, entre los coches y la sinfonía acompasada de cláxones... Las motos zigzagueaban para esquivarla, los conductores nos maldecían y nuestra furgoneta inició un recorrido suicida desde el carril que estaba más a la izquierda hacia el arcén derecho. Durante el cruce de los cuatro carriles, que duró poco más de 2 segundos, tuve contacto visual con un conductor (con cara de pocos amigos) cuyo coche casi acaba "acariciando" nuestra furgoneta. Cerré los ojos y levanté las piernas. Gracias a una maniobra de mucha pericia de nuestro conductor y a los frenos del coche del señor de cara de pocos amigos conseguimos llegar a nuestro ansiado arcén. Nos paramos. Con el sudorcillo en la frente y la boca seca empecé a elucubrar qué había pasado. Estaba claro que había salido una rueda disparada, pero el coche parecía tener las cuatro ruedas... Mi amigo dio en la clave: "hemos perdido la rueda de repuesto".
Y así fue. La rueda se soltó de su lugar y salió en busca de mejor vida.
Nos bajamos todos de la furgoneta y el conductor cariota se fue corriendo en busca de la rueda de repuesto que habíamos perdido. Yo pensaba que todo formaba parte de una broma.
La situación era peculiar: en un arcén de una autovía de El Cairo, el atardecer, coches pasando a toda leche junto a nosotros, la mezquita de al lado llamando a la oración, polvo por todos sitios...
Tras unos minutos contemplando el paisaje... empezamos a distinguir a nuestro conductor a lo lejos que rodaba la rueda viajera como si fuera un aro de gimnasia rítmica.
Bueno, ya está, fin de la aventura. Ahora sólo faltaba colocar de nuevo la rueda en su sitio.
El conductor se metió debajo de la furgoneta y... ¡Psssss!
Otro ruido nada tranquilizador empezó a escucharse. Se acababa de pinchar una rueda, la rueda trasera de la derecha. Al parecer, intentando colocar la rueda de repuesto en su sitio le dio con los hierros a la trasera y... nos quedamos sin rueda.
Así que nuestro aventura se prolongó. La rueda que había salido disparada pasó a ser nuestra rueda trasera, mientras que la pinchada se vino con nosotros en la parte de atrás de la furgoneta.
Ahora sí, ahora ya parecía que podíamos retomar la marcha. Y así lo hicimos. Atrás dejamos el lugar donde presencié uno de los atardeceres más raros de mi vida, rodeado de vehículos, polvo, humo y pitorradas de coches.
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