Zaragoza en verano. Más de 35 grados a la sombra. Un calor insoportable. El sol comenzaba a caer mientras volvía de visitar el recinto de la Expo de Zaragoza, donde se encuentra la escultura del Alma del Ebro. El puente del Tercer Milenio, suspendido sobre el río, esperaba un día más el atardecer que le daría por fin unas horas de descanso del tan temido sol zaragozano.
A medida que el sol comenzaba su descenso, la luz anaranjada empezaba a impregnarlo todo. Una luz con tintes mágicos que parecía bajar la temperatura del ambiente haciendo un poco más llevadera la vuelta hacia la estación de Zaragoza-Delicias, lugar donde tenía que tomar el autobús para ir de Zaragoza a Barcelona.
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